miércoles, 23 de marzo de 2011

¡ A los cinco nada !

A los cinco años la vida es genial o fatal, no hay momentos de nostalgia, aburrimiento o rutina.
Te despiertas exultante, feliz con ganas de hacer mil cosas.
Estas a punto de peinarte tu solo, de vestirte tu solo, de desayunar tu solo cada nuevo día es un avance, nada es rutinario y los esfuerzos siempre tienen compensaciones.
Si además tienes primos y hermanos un poco mayores, ya es un vivir por encima de tus posibilidades.
Así era yo con cinco años, para atrás ni para coger impulso, eso pensé aquel día en la playa de la muiñeira, cuando, mi primo mayor nos quiso dar un agradable paseo encima de su colchón de agua verde brillante.
Encima las cuatro princesitas, yo la mas pequeña, la que aún no sabia nadar.
Al llegarle el agua al cuello, su especial idea de la diversión, que siempre le llevaba de la regañina al castigo, no pudo contenerse y volcó el colchón en un solo movimiento.
No lo recuerdo como un mal trago, de hecho si no me estuviese ahogando , hasta me reiría de la ocurrencia.
Yo veía la luz del sol a través del plástico verde y buceé, caramba si buceé, di tres brazadas, salí de debajo de mi opresor y respire hondo.
Lástima que no hacía pie y me volví a un hundir, pero ya sabía bucear, ya no había angustia, un par de brazadas y de nuevo respirar.
Oía las risas, el chapoteo persiguiendo a mi primo, para devolverle la gracia en forma de aguadilla.
Yo solo pensaba en hacer pie para salir corriendo con las demás.
Y así dos brazadas en el fondo y una por la superficie fue como aprendí a nadar.
Ahora vigilo a mis sobrinos jugar en la playa y pienso que con tanto manguito y precaución, la única manera que tienen de aprender a nadar es llevarlos a clase.
No es que me parezca mal, de hecho creo que muchos de los de mi generación estamos aún aquí de milagro.
Pero no puedo dejar de sentir nostalgia de aquellas tardes de juegos, del dolor del agua de mar en mis rodillas arrasadas, de las patadas y tirones de pelo para hacerte un hueco en el asiento trasero del Sinca de mi tío, porque el que no conseguía sitio iba en la maleta.
Son recuerdos geniales que agradezco a mis mayores, que nos cuidaban sin fiscalizar todos nuestros movimientos.
No lo sabemos todo, para educar es bueno recordar.

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