Que las mujeres somos una pejigueras lo demuestra ampliamente la infinidad de tonos de maquillaje que existen.
Llegas a la perfumería y observas el inmenso pasillo repleto de los expositores de las innumerables marcas.
Hasta cierto punto escoger una marca u otra es relativamente fácil si te basas en dos máximas, tu cartera y tu capricho.
Si es cuestión de cartera, lo primero es fijarse en el abanico de precios y situarte delante del expositor que cumple tus espectativas económicas.
Si es capricho, ahí ya no puedes hacer nada , has de ir a tiro fijo, a no ser que el factor uno, te obligue a cambiar.
Porque hay que ver los precios de esos diminutos tarritos de esencia, que a peso alguno supera al gramo de oro.
Lo peor que te puede pasar es que no tengas en cuenta los condicionantes anteriores, que pienses aquello de un día es un día o que sólo vas a echar un vistazo.
Entonces has perdido la mañana, puedes pasarte horas yendo de uno a otro, mirando , comparando, probando para decidirte al final, por uno que te habían dado en una muestra y que justo, azar del destino, era el tono ideal de tu piel, ni muy graso, ni muy pastoso.
Eso en el mejor de los casos, en la mayoría te iras a casa con el producto equivocado o las manos vacías.
Ya con el muestrario delante, empiezas a aplicar pequeñas lágrimas de producto en el envés de la mano, pues dicen que ahí el tono de piel es igual al de la cara.
Cada fabricante hace sus tonos y texturas, aparte de las distintas presentaciones, crema, polvo, polvo-crema, compacto, realmente entras en trance.
En esos momentos nada en el mundo es mas importante, has de centrarte, es una decisión que marcará los próximos meses de tu vida.
Es la diferencia entre haber encontrado el maquillaje ideal, que apenas se nota, que iguala el tono, que no es pegajoso y no mancha tu ropa o en su lugar haber comprado una especie de ungüento marronaceo que deja tu cara brillante de un moreno artificial que hace que se corra el lápiz de ojos e imprime tu huella en los papeles de la oficina como si se tratara de una reemake del Nombre de la Rosa.
Y ya cuando sales victoriosa, sonriente, con tu bolsita en la mano y tu chico en el coche, en doble fila esperando y te dice
-¿pero cari, dos horas para comprar eso?
(yo como buena gallega le respondo con otra pregunta)
-¿tu recuerdas el día que fuiste a la tienda de anzuelos y rapalas?
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